Pensando en la imposibilidad de que mis garrafales defectos tuviesen arreglo alguno me pase la tarde entera llorando intermitentemente entre una llamada y otra en ese espantoso trabajo que tengo. Mientras a mi alrededor pasaban las horas y la gente, yo estaba suspendida como en un limbo en medio de mis pesimistas y deprimentes pensamientos esperando la vana posibilidad de escapar de mí misma con la boba esperanza de despertar de mi ensimismamiento siendo otra persona, una completamente diferente, una que no fuese yo.
Cuando desperté seguía siendo yo, la misma aburrida, ansiosa y pequeña persona que siempre he sido… La misma deprimente presentación de todos los días. La patética yo, con un patético trabajo que no puedo hacer bien, en fin, lo mismo de siempre, mi escoriante realidad plantándome la cara ante mi difusa voluntad y mi pusilánime conformismo.
Y mientras transcurrían los minutos me preguntaba si alguna vez tendré el valor de abrazar la libertad y madurar, dejar por fin esa crisálida de adolescencia que llevo todavía como lastre a estas alturas de la vida. Esa respuesta aún no la tengo, llegará cuando llegue, y mientras pienso esto me adhiero aún más fuertemente a los lazos que me unen a mi prisión voluntaria de infantilidad.
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